¿Y si dejamos de ir a la escuela?
“Todos podemos aprender de todos
y de esta manera recobrar la libertad
que dejamos en manos de otros”.
Abel Pérez Rojas.
Desde hace algunos años diversas voces sostienen que el sistema educativo escolar en sus múltiples variantes no da para más, y está llegando a su límite. Sin embargo, nos es difícil pensar en un mundo sin escuelas.
En torno a los sistemas escolares hemos construido una gran pirámide de relaciones de la cual pende el sustento de millones de familias, la forma como el sistema garantiza su continuidad y, además, hemos edificado sobre ello nuestra percepción de la vida y de nosotros mismos.
Aunado a todo lo anterior, las escuelas representan una opción relativamente cómoda para todos. Veamos:
1. los padres se quitan de un gran peso al depositar en el Estado la responsabilidad de educar a sus hijos,
2. los educandos no tienen que lanzarse a la búsqueda de conformar sus propias rutas de aprendizaje;
las pautas que le son proporcionadas, representan una vía de inclusión en la sociedad.
Por otra parte, en el sistema educativo formal la sociedad cimenta otros mecanismos de selección de las personas, de lo que depende gran parte de sus relaciones laborales, de sus relaciones afectivas y su propia historia.
Al recapitular cada uno de estos puntos no se puede menospreciar los beneficios que como sociedad hemos alcanzado al estar organizados de esa manera. Pero el punto radica en poner sobre el fiel de la balanza si hemos tenido que pagar un alto precio por ello.
Por ejemplo, nuestros problemas han crecido a tal dimensión que de ninguna manera podemos resolverlos si no hacemos algo totalmente distinto a lo que venimos haciendo hasta ahora. Es decir, si seguimos por la ruta trazada por el sistema educativo formal –entre otras estructuras y sistemas que hemos creado-, continuará la autodestrucción.
También es evidente: los escenarios que ofrecen la posibilidad de resolver nuestros problemas no figuran formas de organización y convivencia viables como las que hasta ahora hemos escogido de manera individual.
Sí, hay vías alternativas para formarnos de distinta manera, caminos en los cuales el fin no sea que las cosas cambien para que todo siga igual, sino sendas donde el ser humano en armonía con lo que le rodea sea la esencia de todo.
Y para que esto ocurra, el individuo tiene que ser generador de su propio modelo de desarrollo, conforme a sus necesidades, sus intereses y sus fines de supervivencia y progreso sin autodestrucción.
Ejemplo de lo que le vengo platicando es la formación naturalista y tribal de ciertas etnias alrededor del mundo.
Una acción semejante, pero en el ámbito urbano, es el homeschool, que es un movimiento mundial de miles de familias que han optado por no enviar a colegios a los hijos y sí en cambio buscan que sean formados por los adultos de la casa y centrando su saber en metodologías autodidactas más acordes al entorno y con una perspectiva de futuro más humano.
Tenemos la posibilidad y el deber de hacer lo que hasta ahora parecería descabellado, por ejemplo dejar de ir a la escuela y fortalecer nuestros espacios ciudadanos de educación permanente para construir la sociedad y el entorno que verdaderamente queremos. ¿Se atrevería?
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.
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