El don de gentes de Tony Gali se impuso al carácter déspota de Blanca Alcalá
Raquel Martínez Brenis Las derrotas son huérfanas, las victorias tienen muchos padres.
La victoria electoral de Tony Gali, se debe entender, en primera instancia, como el resultado del trabajo de todo un equipo, que tuvo la capacidad de realizar una excelente estrategia de campaña, pero también se debe reconocer que gran parte del éxito electoral se debe, sobre todo, al propio Tony Gali.
Hoy, algunos presidentes municipales se quieren parar el cuello y presumir que gracias a su buen trabajo se logró la alta votación en sus municipios. Esa es una gran mentira.
Tampoco es verdad que los ciudadanos votaron a favor de Gali en reconocimiento al gobierno de Rafael Moreno Valle.
Tampoco al hecho de que se haya conformado una alianza de partidos, aunque claro se deben reconocer sus granitos de votos
Pero si a alguien se le debe reconocer el éxito del 5 de junio es al propio Tony Gali, a su carácter y forma sencilla de ser. A todos nos consta que es una persona muy sensible y dispuesta a escuchar y atender a todo aquel que se le acerca sin formulismos ni protocolos, es directo, atiende y resuelve, lo que no pasa con la mayoría de los políticos que apenas se suben a un ladrillo y ya ven a todos para abajo
Quizás muchos digan, claro, en campaña cualquiera es amable, con justificada razón, pero quienes conocemos, no solamente a Tony, sino a todos los Gali, sabemos que así son, tienen don de gentes, se saben dar a querer; ahí están los resultados.
Cuestión muy distinta el caso de Blanca Alcalá. Cuando la priista asumió la candidatura a la presidencia municipal en el 2008, de inmediato se comportaba como diva y hacía sentir que le hacía un gran favor de escuchar a quien se le acercara, claro cuando esto era posible. Pero todavía era más o menos accesible, pero nada más asumió el cargo de presidente municipal y uf, Dios le quedaba chico, se volvió déspota. Esa actitud de soberbia, de que nadie la merecía hizo que la gente le fuera guardando antipatía, en el mejor de los casos.
Para su mala suerte en este caso, Blanca Alcalá fue impuesta por encima de sus compañeros de partido, que habían trabajado por meses para conseguir la nominación, como es el caso de Alberto Jiménez Merino y a pesar de que en reiteradas ocasiones había dicho que no sería candidata.
Luego de su antidemocrático destape todos corrieron, ahí está la cara desencajada de Javier López Zavala que incluso la miraba con rencor. Bueno hasta Alejandro Armenta había renunciado a la coordinación de campaña blanquista sin siquiera haber asumido el cargo y sin que iniciara la campaña, pero queda claro que lo obligaron a asumir la comandancia de la campaña y se disciplinó sabiendo que era un brinco al vacío. Todos en el PRI la masticaban, pero nadie la tragaba.
Una de las primeras decisiones que tomó luego de asumir la candidatura, fue la de quitar de la presidencia estatal del PRI a Ana Isabel Allende Cano. Esto, lógico, dividió aún más al PRI, que se convirtió en un lugar de simuladores, todos fingieron que la apoyaban.
Esa fue La diferencia, entre los dos candidatos más fuertes. Ésa fue la diferencia entre el éxito y el fracaso.
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