viernes, 18 de marzo de 2016

COMPARTIENDO TU OPINIÓN

Sobresaliente: más que una calificación, una pauta.
Salvador Calva Morales.
Si bien; para ser un buen violinista debe aprenderse a temprana edad: estar horas parado, los hombros relajados, el brazo en el ángulo correcto, la muñeca suelta, los dedos muy sensibles a lo que produce el rasgar las cuerdas del arco contra el instrumento…
Además del dominio de los músculos del cuerpo, involucra amor por la música, arrojo, disciplina, la precisión para seguir el ritmo, determinación,  paciencia y perseverancia porque eso lleva por lo menos 7 u 8 años de vida,  buena memoria, aspectos neurológicos y psicológicos.
Aprender violín representa un gran reto para cualquier ser humano, y una baja calificación por su desempeño quizá haya matado la pasión de más de un músico en ciernes.
Por eso, en parte por mi amor a este instrumento en cuyos secretos como ejecutante me adentré desde mi niñez, quiero referirme a la experiencia del también violinista y director de orquesta Benjamin Zander, que en cierta ocasión se desempeñaba como maestro en el Conservatorio de Nueva Inglaterra y se disponía a impartir la primera clase del curso de posgrado, la cual relata en el libro que escribió con su esposa Zander, Rosamund & Zander B. (2000) El arte de lo posible. Paidós: México. ISBN 968-853-533-8.
Su preocupación en ese momento no era sólo compartir la técnica y que los alumnos realizaran ejecuciones impecables, sino, principalmente, “que en la música pudieran transmitir todo su ser físico, mental y emocional, pretendiendo que cada uno saliera transformado como músico y también en sus propias vidas”.
Decidió poner la más alta calificación a cada uno desde el principio, con la única condición que a mitad del curso cada alumno le dirigiera una carta explicando por qué había sido merecedor de esa calificación y en qué tipo de personas se habían convertido.
También advirtió a sus alumnos sobre “la enfermedad del segundo violín”, pues hay personas que sienten que su intervención no es importante y si ya lograron la calificación máxima, ni siquiera se notará su ausencia. Zander les recordó: antes que todo ustedes son alumnos A, son líderes, y es importante su presencia, porque forma parte integral del conjunto de voces y sin ustedes la clase no puede proseguir.
De esta manera lejos de ser un estándar difícil de alcanzar, la calificación se convirtió en una pauta del desempeño, donde el esforzarse por ser mejor no va enfocado contra otro sino a sí mismo.
Huelga decir que los resultados fueron extraordinarios, porque incluso tenían la libertad de equivocarse y festejarlo con los brazos en alto, ya que de esta manera sabían dónde tenían que trabajar para mejorar.
Generalmente – dice Zander-, “las calificaciones sólo avisan que ante los ojos de la autoridad no se ha cumplido como se debía”, cortando así el despliegue de sus capacidades bajo su propia iniciativa y personalidad. Por eso aconseja: pongamos una calificación sobresaliente a todos los que nos rodean, para establecer una relación entre iguales.
¿No le parece que esta forma de ver el desempeño es inspiradora y no coercitiva?
Se lo dejo para la reflexión.
Salvador Calva Morales es rector de la Universidad Mesoamericana.


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