domingo, 26 de abril de 2015

Contextos ciudadanos

Politikonario: El voto es como el sexo.
· Ser electo por mayoría de votos, es legitimar el poder. Pero en todo momento, el voto es como el sexo.
Mireya Ramírez Martínez.
Cuando eres joven, el voto es como la primera vez en el sexo: no sabes cómo se hace pero estás ansioso por estrenarte. En cambio,  los ancianos ya nada más  es pura obligación.
 Y como en el matrimonio, así es el voto en los adultos: a veces da para muchas discusiones, al fin y al cabo cada uno hace lo que quiere, y  aunque estén en desacuerdo siguen durmiendo en la misma cama.
El voto de los campesinos se cotiza como prostituta barata  $500 pesos, no más.
Para los intelectuales, sólo hay puras chaquetas mentales antes de emitir el voto.
En cambio para las mujeres, el voto es como una noche loca: te acuestas con un candidato, y al día siguiente de la elección, te levantas con un diputado que ni conoces.
Para los observadores políticos: el voto es como una violación, de todos modos la urna está embarazada y no sabemos ni quién fue.
Pero para los candidatos de todos los partidos: el sufragio es como el sexo oral, todo se consigue a base de usar bien la lengua.
Y en  los políticos consumados, los votos son como las orgías:  no saben con quien, ni cuando, pero de todas formas quieren más.
El voto es, a fin de cuentas, el pasaporte del político a la legitimación de su poder.
Y uno se pregunta: ¿y qué es eso?
Hace más de 200 años que los filósofos ilustrados pensaron que todos los seres humanos tienen un  derecho natural de expresar su consentimiento sobre quién debe gobernarlos.
En consecuencia, el ejercicio del poder requiere del sí de los ciudadanos.
Mediante el voto universal, secreto,  libre y obligatorio,  los gobernados decidimos (al menos eso creemos) quien tomará las decisiones por nosotros.
Pero ¡aguas!, porque  hoy las criadas nos están saliendo respondonas…
Todo gobierno que no provenga de la voluntad popular electoralmente expresada es una impostura.
 Aunque con la definición de impostura encontramos que se trata de un engaño que comete una persona para hacerse pasar por otra, -como los políticos que  dicen que son buenos, y luego los ciudadanos no encontramos para qué.
Impostura es también  la falta de verdad que se comete cuando se hace creer a una persona algo  que en realidad es mentira, para obtener un beneficio, exactamente como ocurre en la política.
El poder legítimo obliga moralmente a la obediencia; el ilegítimo, no.
Un gobierno legítimo en su origen al ser electo por mayoría de votos,  puede tornarse ilegítimo después en el desempeño del mando, por razones de abuso de autoridad, corrupción, incompetencia o por estar al servicio de intereses particulares.  
Sobre esto, los pensadores europeos del siglo XVIII, sostuvieron que tanto la facultad de mando social como la obligación de obediencia están condicionadas a que la autoridad se mueva dentro de la ley y respete los derechos de las personas.
Mireya Ramírez Martínez, 38 años de ejercicio periodístico. Premio  Cuauhtémoc Moctezuma de Periodismo 2012.    mireyaramirez24@hotmaill.com


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